A veces estar tan lejos de casa y de la familia, el cansancio de no tener un sitio fijo, y alguna que otra peleílla con el Charlie (que es normal, estamos 24 horas al día juntos y a veces, forzosamente, en algo tendremos que chocar) hacen que durante este viaje también hayan momentos de bajón. Los días previos a “esos-días-femeninos” aumenta las probabilidades. Hace unos días, todo eso se juntó.
Me entró el lloriqueo y me fui yo sola por una de las callejuelas no turísticas de Hoi An. Necesitaba desahogarme. Me senté en el borde de la calle y aproveché que no había un solo guiri, kleenex en mano. De repente, una mujercilla que estaba a unos metros empezó a llamarme, haciéndome señas para que me acercara. Decidí ir para ver lo que quería. Estaba sentada con otras dos ancianas en la puerta de su casa, en unos pequeños taburetes de plástico. La mujer me puso un taburete para que me sentara a su lado. Ninguna de las tres hablaba una sola palabra de inglés, así que empezó a hablarme en vietnamita y a hacerme señas, como preguntándome por qué estaba llorando. Ahí vi mi momento, así que le conté mi vida en español para descargarme. La mujer movía la cabeza como si comprendiera lo que le estaba diciendo, porque sabía que en ese momento, necesitaba que alguien me entendiera. Mientras hablaba, me secaba las lágrimas y me acariciaba la cara, y las otras dos mujercillas me tocaban los hombros para consolarme. En cuestión de tres minutos, me vi rodeada de otras mujeres vietnamitas que pasaban por la calle, y se habían parado por curiosidad. Una de ellas me trajo una taza de té caliente. Entonces me di cuenta de la situación en la que me encontraba, entre todas esas mujeres que me decían cosas en vietnamita, pero de una forma tan dulce que no había necesidad de traducirlas. Y ahí me puse a llorar, pero de felicidad, sin poder parar de reírme por lo extraño del momento. Menos mal que lo único que sé decir correctamente en vietnamita es “Cảm ơn” – pronunciado “Gam ehn”, que significa “Gracias”.
Después de despedirme de ellas, fui a una pastelería que había visto y compré una caja de dulces vietnamitas enorme. Luego volví a la casa de la mujer para llevársela. Antes pasé por el hotel para que el recepcionista me tradujera en un papel un mensaje para ella. Cuando aparecí con los dulces, se quedó asombrada, porque no se lo esperaba… Y me dio un abrazo.
Sólo por esta experiencia, mi viaje tiene sentido.
3 comentarios:
Tía, que bonito. Yo también he tenido algún momento así .... y piensas, es que somos todos iguales. Es que da igual el idioma, la raza, dónde estemos.... estamos todos conectados. Y luego el ser agradecido es el sentimiento más bonito del mundo. Qué gusto da. Es como que se te purifica el alma.
Es que además ver que personas que de forma desinteresada te dan todo su cariño para que te sientas bien aunque no te conozcan.... es.... indescriptible. Que guay nena.
Exactamente, es indescriptible. Lo que sale de las miradas de la gente no se puede guardar en fotos ni se puede contar con palabras...
Qué historia más bonita, Chan!!
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