El vuelo desde Kuala Lumpur a Ho Chi Minh City (Saigón) duró sólo 1:55h, pero el paisaje cambia enormemente. Es el cambio de la desarrollada Malasia al menos rico Vietnam. Pero he de decir que estaba bien equivocada en cuanto a la imagen que este país me ha dado nada más llegar: después de preguntar a otros mochileros, me esperaba algo parecido a la India, con caos, suciedad, ruido y anarquía. Y para nada.
Saigón, en el sur de Vietnam, es considerada la capital económica del país. Es una ciudad muy agitada, con miles, millones de motos (de hecho, en todo Vietnam hay 50 millones de motos, es decir, 1 moto por cada 1.7 habitantes – sólo los bebés están sin motorizar!), que circulan en una masa de dos ruedas y que se entrelazan en los cruces. Pero si esto parece una locura durante los primeros minutos, al final te das cuenta de que el tráfico está en realidad bastante organizado (más que nada, porque no hay accidentes!!). Además, como las carreteras están bien asfaltadas y las motos son de buena calidad, no hay un ruido excesivo, o al menos no mucho más que el de todas las ciudades grandes en general. Incluso con sus 7 millones de habitantes, la verdad es que Saigón está bastante limpio, con aceras arregladas por las que se puede caminar sin problemas. Hay un servicio de limpieza público eficiente y terrazas exteriores agradables. Pero lo que más me llama la atención y me encanta de las calles vietnamitas, son los jardines. Todos los jardines públicos y las plantas y flores de las rotondas están maravillosamente conservados, con todos los arbolitos podados de diferentes y delicadas formas. Propongo una ovación a los jardineros públicos de este país, porque eso hace la buena imagen de las ciudades.
Estuvimos en Saigón durante una semana entera. Los tres primeros días no disfruté nada de este nuevo destino porque estuve mala con una gripe rara, causada por la exageración con los aires acondicionados (en el avión KL-Saigón la gente iba con guantes y chaquetón, era literalmente un jodido invierno en la cabina!). Pero el segundo día fui al médico, en el hospital franco-vietnamita de Saigón, que aunque resultó ser algo caro, la atención fue correcta y el seguro de viaje me lo cubre. Nada que no se cure con antibióticos normales. Así que esos primeros días estuve debilucha, sólo saliendo a dar una vuelta no muy lejos del hotel, para que me diera el aire. Ah, el hotel!! El hotelito en el que nos quedamos era súper agradable: en la entrada había una placa como galardón al hotel más limpio de 2009, y la verdad es que bien merecido. No había ni una mota de polvo, los sábanas olían genial, los colchones, nuevos, y lo más importante, un baño impecable. El precio, 14 euros la noche. No se puede pedir más. Está claro que el estándar en Vietnam es mucho más elevado que el de otros países en los que hemos estado. Y es que aquí ponen mucha atención en los pequeños detalles. No sé si es porque primero pasamos por la India, pero me parece que en el Sudeste Asiático la gente tiene más cuidado con la limpieza. Los vietnamitas me han dado la impresión de tener una serie de habitudes para mantenerse constantemente limpios a ellos mismos y a lo que les rodea. Por ejemplo, todos llevan toallitas húmedas en unos pequeños sobres individuales, para lavarse las manos o refrescarse la cara. Luego, la gran mayoría lleva una máscara de tela tipo cirujano cuando van en moto, para no tragarse toda la polución. Las chicas que van en scooter llevan unas medias blancas en las piernas y en los brazos que se ponen sólo cuando conducen, para que la polución no se les pegue a la piel. La gente se quita los zapatos antes de entrar a la casa, para no meter la suciedad que viene de la calle. Los asiáticos en general adoran las cosas que brillan, pero en Vietnam parecen tener pasión por los suelos brillantes como espejos. Y lo realmente importante: en los 9 días que llevo en Vietnam sólo he visto 3 cucarachas vivas y sólo en la calle, una estupenda estadística que espero que continúe!!
Cuando ya me repuse un poco, fuimos de excursión a los túneles de Cu Chi, a una hora de Saigón. Vimos los túneles que los vietnamitas del sur utilizaron durante la guerra con los americanos para esconderse. Había una parte que habían agrandado considerablemente para que los turistas pudieran entrar y saber cómo era moverse por esos túneles. Había que ir a cuatro patas, sin luz, con poco oxígeno y mucho calor. Yo me salí a los 20 metros porque no lo pude soportar. Fue escalofriante pensar que hubo gente que pudo pasar dentro de los túneles, mucho más estrechos, hasta 2 meses enteros, para sobrevivir.
Un par de días después, conocimos a parte de la familia de Charlélie. Ellos eran la parte que se quedó en Vietnam, la mayoría en Saigón, y el resto se separó entre Canadá y Francia. Nos recogieron el sábado por la mañana para llevarnos a un pueblo cerca de Saigón, donde están las tumbas de varios parientes, y también donde está la que fue la casa de la abuela de Charlélie. A pocos kilómetros del lugar, estaba Tan Quy, lugar de nacimiento de Therèse (o mejor dicho, Mỹ, su nombre en vietnamita, porque no la conocen por su nombre francés), la mamá de Charlélie. Luego nos llevaron a ver a una prima de su abuela y después a una amiga de la familia. Fue muy emocionante para Charlie conocer los detalles de sus parientes en Vietnam, gracias a su primo Tai, el único que habla inglés y que hizo de traductor todo el tiempo. Por la noche, nos llevaron a un restaurante súper bonito, donde comimos cosas deliciosas!
Después de cenar nos fuimos a dormir, porque debíamos levantarnos a las 4 de la madrugada para ir al templo de Bà Đen, que está a dos horas y media de Saigón. Es un templo budista enorme que no sale en las guías ni en los viajes organizados, al que sólo van los vietnamitas para rezar y hacer ofrendas. La familia nos llevó en mini-bus para verlo y pasar el día allí. Estaba llenísimo de gente, y todos nos miraban asombrados porque normalmente los occidentales no van ahí!! Alrededor del templo había como una especie de parque de atracciones, montones de sitios para comer y puestecillos de joyas. El templo estaba en una montaña, así que había que subir en teleférico o en una especie de carritos tipo feria que subían por un raíl, como una montaña rusa ligera. Fue muy divertido. Una vez arriba, una humareda de incienso no dejaba ver a más de 5 metros, porque los budistas ponen varios palitos de incienso para rezar. Después de los ruegos de la familia, nos llevaron a beber un té frío y después a otro templo, un poco más pequeño. Este segundo templo era también muy bonito, y con una curiosidad: al lado del templo había una bomba americana sin detonar. El aparato era como un bulbo que medía unos 4 metros de largo y 1 metro de diámetro, y dicen que cuando cayó, Buda protegió el templo para que la bomba no explotara. Y ahí sigue, intacta. Después, la familia nos llevó a comer a un restaurante, donde la mesa para las 12 personas que éramos ya estaba preparada cuando llegamos. De vuelta en Saigón, todos estábamos muy cansados después de un día con tanta actividad, así que fuimos a dormir la siesta para reponer fuerzas.
Los vietnamitas siguen llevando a cabo tradiciones milenarias, pero la sociedad se desarrolla rápidamente. De hecho, el porcentaje de gente viviendo por debajo del umbral de la pobreza era del 58% en 1993, y menos de 20 años después, en 2011, ese porcentaje es del 16%. Vietnam es el país que más ha crecido en los últimos años de toda Asia, que se dice pronto. El país es muy joven, con un sorprendente 65% de la población que tiene menos de 30 años (las masacres de la guerra, amigos). Se palpa en el ambiente que este país va para adelante, con un trabajo duro, constante, bien hecho y cuidando los detalles.
Vietnam tiene el olor a madera vieja lacada y a bambú, mezclando el verde intenso con el rojo burdeos. Este país tiene reflejos con acentos comunistas, músculos hinchados de patriotismo y el silencioso encanto de la seda. Ya desde el inicio de nuestro viaje en esta parte del mundo, me parece un lugar envuelto en misterio y precioso, que necesita mucho tiempo para ser descubierto.
2 comentarios:
Me ha gustado leer esta parte de tu viaje. Porque os he imaginado a ti y a Charly caminando juntos por ahí. Y porque las descripciones del hotel y de los olores me han recordado mucho a "L'amant" de Marguerite Duras (que sucede en Saigón).
Un beso muy grande y felicidades por el blog.
Muchas gracias Monica!! Un beso guapa
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