Después de una semana en Saigón (más tiempo del que habíamos planeado!) decidimos ir hacia el sur, para visitar sólo por tres días la ciudad de Can Tho – pronunciado “Kan Há”. Este sitio se encuentra a las orillas del Delta del río Mekong, tiene 1 millón de habitantes y es por tanto mucho más tranquila que Ho Chi Minh. Fue muy agradable caminar por el paseo a orillas del río, con varios bares, bancos para sentarse y ver pasar las barcas de pescadores, y por supuesto, jardines perfectamente cuidados. En Can Tho conocimos a otro familiar de Charlie, el tío Thanh, que nos llevó a un restaurante súper bonito. Thanh hablaba un poquito de inglés, así que más o menos pudimos comunicarnos con él. Había invitado a dos colegas de su trabajo, los cuales no hablaban nada de inglés, pero la mímica y las sonrisas siempre pueden hacer que una velada transcurra de forma excelente.
El último día en Can Tho, nos levantamos a las 5:30 de la mañana para ir al mercado flotante. Alquilamos una motillo en el hotel (bueno, más bien el recepcionista nos dejó su propia moto), y fuimos hacia la zona donde debía estar el mercado, aunque no estábamos muy seguros, pero la encontramos sin problemas. Normalmente para ver el mercado flotante hay que ir con uno de esos barcos para turistas, pero a nosotros no los gustaba ese plan. Así que nos paramos en una de las casas que hay a orillas del río, y le preguntamos a un hombre – otra vez con más mímica que palabras – si nos llevaba en su barca para dar un paseo por el río. Acordamos el precio en un papel (los vietnamitas son duros de roer cuando negocian!) y su esposa nos preparó unos cartones sobre unos banquitos de plástico sobre la barca para que no nos mojáramos. Dimos una vuelta entre las barcas, las cuales vendían de todo: frutas, verduras, ropa, juguetes… Era exactamente como un mercado, pero sobre el río. Una cosa muy bonita. Lo que más me llamó la atención fue que la mayoría de barcas eran llevadas por mujeres. Las barcas pequeñas llevaban snacks y bebidas, y una mujercilla remó hacia nuestra barca y Charlie le pidió un café calentito. Después del paseo, volvimos a la casa del matrimonio, que tenía su propio pantalán, hecho de madera. Le pagamos y luego cogimos nuestra scooter para volver al hotel, ducharnos, e ir a coger el autobús que nos llevó a Dalat.
Llevábamos más de 6 meses en manga corta y con bastante calor (desde Cartagena, luego la Reunión, Mauricio, la India, Kuala Lumpur y Singapur!), así que teníamos ganas de un poco de frío. Dalat es una ciudad de las montañas de Vietnam, donde el aire es fresco y hay que ponerse chaqueta por la noche. Es conocida como la ciudad de las Lunas de Miel, porque es tranquila y agradable. No es la imagen que uno se espera de Vietnam. Incluso durante la guerra, Dalat era el lugar de vacaciones y reposo para todo el mundo: tanto el Gobierno de Saigón como los Oficiales del Vietcong se encontraban aquí con sus familias o sus novias!! Y no me extraña, porque el lugar es precioso. Tiene una magia especial, y es parada obligada cuando se visita este país. Hay una cierta influencia francesa en sus calles, y una arquitectura muy diferente a la del resto de Vietnam. Si miras los tejados de las casas, cualquiera diría que estamos en Alsacia y no en el Sudeste Asiático!
El segundo día en Dalat alquilamos una moto (por 3 euros, todo el día) para ir a ver una cascada y una pagoda que había a 30 kilómetros de la ciudad. Nos perdimos un poco por el camino, pero mereció la pena, porque pasamos por un pueblecito donde nos paramos para comer y luego tomar un café. Comimos en un restaurante-casa, en el que la dueña nos indicó que nos sentáramos. Le hicimos la señal con la mano de “comer”, así que ni nos trajo el menú ni nada: apareció directamente con dos cuencos de “pho”, la sopa de fideos vietnamita por excelencia (con cilantro y carne). Así, ni problemas de idioma ni historias. Comida es, y bien buena.
Continuamos la carretera hasta que por casualidad encontramos la cascada y la pagoda. La cascada no me gustó mucho porque los alrededores estaban un poco sucios, pero la pagoda era preciosa. Se trataba de un lugar que seguía las reglas del feng shui, porque había agua delante (la cascada) y una montaña detrás. Tres budas enormes tranquilizaban el interior, con muchas flores y lamparitas.
Después de todo el día de excursión, volvimos a Dalat para merendar y darnos una vuelta en moto por la ciudad. Luego fuimos al hotel para asearnos un poco y descansar. Fue un día súper guay. François, el papá de Charlélie, tenía razón cuando nos dijo que había que venir a Dalat. Ahora es Dalat la que le espera a él!!
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