martes, 1 de marzo de 2011

Dejando Kuala Lumpur


Después de Kuala Lumpur, llegó el momento de continuar con nuestro viaje. En un principio, habíamos previsto estar 5 días en la capital de Malasia, pero al final nos quedamos 5 semanas debido al proyecto en el Hotel Lok Ann de Chinatown.

Es difícil explicar esas 5 semanas. Por un lado, quedarnos en el mismo sitio durante tanto tiempo nos valió para descansar del estrés de cambiar de ciudad cada dos días, y olvidarnos de lo pesados que son los transportes. Además, Kuala Lumpur tiene en cierta manera ese toque occidental que nos vino bien después de la locura de la India (comida segura y conocida, la gente hablando inglés perfectamente, estilo de vida parecido). Pero por otro lado, la experiencia también nos hizo tener ganas de seguir moviéndonos. Es una ciudad súper desarrollada que no tiene nada que envidiarle a cualquier capital europea, y es precisamente eso lo que le quita todo el misterio a viajar o a estar lejos de casa. Eso no quita que sea una ciudad alucinante con miles de detalles que la hacen ser especial y única, pero la aventura no está en Kuala Lumpur.

Con nuestro trabajo en el Hotel Lok Ann he aprendido varias valiosas lecciones. En primer lugar, me he sorprendido a mí misma en montones de reacciones en mi relación con otras personas. Por ejemplo, no me esperaba que pudiera llegar a ser tan radical y cabezota cuando estoy segura de algo. La relación con las otras dos parejas de franceses con los que hemos convivido (Charline y Clement – Aurélie y Gaël) me ha servido para conocer mis límites, mis capacidades y mi propia personalidad. Para empezar, mis límites son más lejanos de lo que creía. En las ocasiones en las que podría haber explotado de rabia, me he mantenido extremadamente fría, tanto, que he alucinado conmigo misma. Eso puede ser un defecto, pero también una virtud. Ahora sé que prefiero estar con gente como Charline y Clement, una parejita que combina perfectamente huracán (ella) y calma (él), pero capaces de adaptarse, dialogar y trabajar en equipo, además de llegar a ser muy buenos amigos, incluso si las rencillas del principio nos hicieron chocar (cosas de chicas!!). Y sé también que quiero estar lejos, a ser posible muy lejos, de gente como Aurélie y Gaël, personas de alma podrida, estancadas en sus propias aguas pestilentes, que bajo la bandera de un ridículo anarquismo, centraron sus esfuerzos durante esas semanas en destruir la motivación del grupo y crear malestar (por supuesto, sin conseguirlo) en vez de trabajar en lo realmente importante. Pero como dice un gran amigo mío, “la mierda flota”, así que no tardamos en darnos cuenta de lo triste que era la actitud de ambos. En fin, en el momento en el que despegó nuestro avión para ir a Vietnam, se evaporaron de nuestra cabeza para siempre!

Sin embargo, tanto Charlélie como yo nos quedamos un poco decepcionados con nuestro trabajo en el Lok Ann, no por lo que hicimos, sino por todo lo que no nos dio tiempo a hacer. Nuestras ideas resultaron ser demasiado ambiciosas, y quizás no habíamos tenido en cuenta todos los contratiempos que podían suceder (el reducido presupuesto de la renovación, la presencia de los dos idiotas, los trabajadores malayos). Pero bueno, eso nos sirvió también para aprender a la hora de trabajar con otras personas, con un límite de tiempo y de dinero.

Un poco más en frío, ahora pienso que la experiencia de vivir en Kuala Lumpur y en el Hotel Lok Ann fue más enriquecedora que empobrecedora. Ya nos habíamos hecho “vecinos del barrio” en Chinatown, los tenderos de la calle nos daban los buenos días, la mujer de los fideos chinos me los preparaba exactamente como me gustaban, y hasta el hombrecillo del estanco se acordaba siempre de mi marca de tabaco. Nuestra estancia allí, puedo decir que fue muy agradable.

Y al fin, el día 21 de febrero volamos de Kuala Lumpur a Ho Chi Minh, en el sur de Vietnam. El viaje cucarachero debe continuar, esta vez al país que guarda parte de la sangre de Charlélie, y que por ello significa el inicio de un viaje emocionante…

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