A lo largo de todos los viajes de lo que llevo de mi vuelta al mundo he visto centenares de paisajes y animalillos diferentes: los bosques tropicales y las tortugas de la Isla de la Reunión; playas de agua turquesa y peces de colores en la Isla Mauricio; calles polvorientas, miles de palmeras y cucarachas en la India; jungla de cristal, rascacielos y mosquitos en Malasia y Singapur; campos de arroz, montañas forradas de árboles y un cerdo viajando en el asiento trasero de una moto en Vietnam.
Pero hasta ahora no me había fijado en algo que está por toda Cartagena, por toda España, por toda Europa y por todo el mundo: los gorriones. Si hay un pájaro inteligente y ágil, ése es el gorrión. Si ahora te asomas por tu ventana, probablemente verás uno posado en un cable eléctrico o robándole una miga de pan a una de esas bobas palomas. Con un vuelo rápido y muy calculado, van de tejado en tejado analizando el terreno. Si se paran en la barandilla de tu balcón, dan un par de saltitos y se te quedan mirando fijamente, ladean la cabeza para intentar comprenderte y enseguida salen volando de nuevo. Ya te tienen fichado. Y tú te das cuenta de que los gorriones saben muchas cosas, cosas que tú no podrás entender nunca.
Mi abuelo Fernando tenía un gorrión que comía de una esquinita de su plato de paella y luego se le subía encima del hombro. Me encantaría poder contarle que los gorriones en Vietnam son igual de listos que en Granada, pero que aquí tienen los ojos ligeramente rasgados…
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