martes, 31 de mayo de 2011

USA - Nevada y Utah


Llevaba varias semanas sin escribir. Quizá es porque “La Luna de Asia” perdió el encanto de su propio nombre el día que dejé el continente asiático. Pero este viaje no ha sido sólo Asia por mucho que me haya gustado pasar por allí, y en realidad aún no me he quitado “las gafas del sociólogo”, así que sigo observando a gentes y costumbres, aunque mis nuevas crónicas tengan un forzoso toque occidental.

Después de 8 días en la espectacular San Francisco, cogimos un bus para ir a Reno, en el Estado de Nevada. Reno es la segunda ciudad del estado después de Las Vegas (que no visitamos, ahí queda pendiente!), y que también sigue la temática: el juego y los casinos. A Reno le llaman “The biggest little city in the world” (“La pequeña ciudad más grande del mundo”), y sí, es pequeña. Hacía bastante frío porque las montañas de la Sierra Nevada (de ahí el nombre del estado) estaban recubiertas de nieve. La ciudad en sí no tiene mucho más que unos cuantos casinos algo cutres y algunos bares donde se juntan los pocos jóvenes de la ciudad. Durante la semana, Reno está muerta, y durante el fin de semana lo precios de los hoteles suben y hay unos cuantos colgados que pasaban por la ciudad y decidieron jugarse unos dólares en las tragaperras. Yo misma caí en la tentación del Black Jack, y aunque el crupier, que era un mejicano de unos 50 años, me dijo “no hija, vete, ¡¡no te gastes el dinero!!”, perdí 15 dólares en 10 minutos. En fin, esa es mi corta experiencia en el estado del juego.

Nuestro siguiente destino fue el Estado de Utah. Cogimos el infernal Greyhound desde Reno a Salt Lake City, un viaje que duró 14 horas durante la noche. Desafortunadamente, otra vez caímos casi al fondo del autobús (mierd*! Ahí te tragas la peste del WC!!), y nuestros compañeros de viaje no fueron los más agradables. Había un grupo que se pasó varias horas hablando bien alto, y luego había un loco que gritaba de vez en cuando. Total, un asco de viaje. Al llegar a Salt Lake, estaba lloviendo y hacía frío. Esas cosas son las que más me embajonan en este viaje…

Muchos habréis escuchado Salt Lake City porque es la ciudad originaria de los Mormones. Es por eso que SLC es como el Vaticano para los católicos, con todas las sedes de ésta ¿religión? ¿organización? ¿grupo? ¿secta? No sé cómo llamarles!! En fin, que la ciudad se caracteriza por los mormones, hay un edificio administrativo de más de 25 plantas que reina en el horizonte de SLC, y luego está el Templo, que es bonito, aunque no se puede visitar entero porque hay que ser mormón para hacerlo. Lo único que se me ocurre para explicar cómo identifican a los mormones es que todas las chicas llevan una falta hasta la mitad de las pantorrillas y el pelo recogido en una trenza o coleta. Luego los hombres iban normal, y eso que yo pensaba que irían todos con una camisa de manga corta y con corbata (algo que cualquier persona medianamente puesta en protocolo y moda te diría “¡¡jamás!! Camisa de manga corta sin chaqueta y con corbata, nunca”). Yo creo que es porque hacía frío en Salt Lake. Y puede que sea por este frío, que la ciudad estaba muerta. Estaba totalmente desierta, no nos cruzamos a gente joven, no había bares o pubs para tomar una cerveza (y es que Utah tiene leyes algo estrictas con el alcohol). Qué depresión!! Y para terminar ya con la historia, como no tenemos coche, repito, resultó ser un follón ir a ver las montañas y los paisajes de las afueras de Salt Lake. No había ningún medio para llegar si no se iba con vehículo propio. Así que los tres días que estuvimos en esta ciudad, paseamos por cementerios, los jardines del templo mormón y las calles del centro sin cruzarnos con un alma. En un intento desesperado por sacar algo bueno de Utah, fuimos a la Universidad para ver el Museo de Bellas Artes. Una vez allí, la entrada resultó costar 10 dólares por persona, lo que nos pareció demasiado caro. Así que ni museo ni leches.

Tras esto, nos pusimos a reflexionar. Si seguíamos el plan de atravesar los Estados Unidos con el mierdoso bus Greyhound, Reno y Salt Lake City sólo eran el principio de un viaje depresivo, ya que nos quedaba millas y millas de campos de maíz y “poco más” hasta llegar a Chicago o Nueva York. Entonces, llegó la solución (bien fácil): coger un vuelo desde Salt Lake a New York. Y la Gran Manzana… Esto “sí que si”!! Pero Nueva York se merece no sólo un artículo, sino yo diría que hasta un blog entero para ella sola, así que para la próxima… “La ciudad que nunca duerme” en detalle.

sábado, 14 de mayo de 2011

Estados Unidos – Good morning California!


En 14 horas de viaje se puede atravesar el océano Pacífico, cambiar de continente, cambiar radicalmente de cultura y empezar una segunda parte de este viaje alrededor del mundo. Ese es el tiempo que nos tomó ir desde Seúl a Los Ángeles, haciendo escala en Shanghái durante 3 horas – donde fuimos “inmigrantes ilegales” por unos minutos (el tiempo de un par de cigarros), ya que pisamos China sin visado porque salimos del aeropuerto, debido a que nos pareció que las autoridades chinas no se aclararon en cuanto a que estábamos de “tránsito”.

La diferencia entre ambas zonas del planeta es casi un mundo entero. Llegamos desde Seúl, donde hacía frío, a Los Ángeles, donde un sol espléndido nos abrasó los hombros. Las calles, las caras de la gente, los edificios, los coches, los paisajes… Menudo cambio. Vuelta a Occidente, esta vez, a la cuna de todo lo que ha marcado la vida occidental en las últimas décadas: los Estados Unidos de América.

La ciudad de Los Ángeles, en realidad, pues no me gustó mucho. Se extiende por cientos de kilómetros (bueno, millas, porque aquí no se usa el sistema métrico), haciéndola totalmente inabarcable si no se tiene coche. Todo pilla lejos en L.A., y para colmo, el servicio de transporte público es de las cosas más podridas que he visto en un país desarrollado. Aun así, conseguimos movernos un poquito, paseamos por el centro y un día fuimos a Hollywood a ver el Paseo de la Fama y la famosa colina de “la Meca del cine”. La sensación que tuve es que ya había visto Los Ángeles. Cuántas películas habremos visto, que me dio la impresión que me sabía las calles de memoria. En fin, lo mismo me equivoco con la ciudad, pero no puedo decir mucho más porque sólo estuvimos 4 días. Y fue el último día en L.A., antes de ir a Santa Bárbara, cuando cometimos el que creemos un craso error: comprar un ticket de autobús abierto durante 30 días para atravesar EEUU. Ahora explico por qué.

Pasamos por Santa Bárbara sólo una noche para visitar a Sarah, una chica muy maja que estuvo hace un par de años de intercambio en Murcia, y me alegró mucho verla. Santa Bárbara tenía pinta de ser una ciudad monísima, pequeña y coqueta, sin la monstruosidad de Los Ángeles. Desde ahí cogimos de nuevo el autobús para ir a San Francisco. Bien, para un trayecto que normalmente no dura ni 4 horas en coche, para nosotros en autobús duró 10 horas. Pienso que pasamos por todos los pueblos de la maldita California, en un bus bastante incómodo y sucio, con el plus de un penetrante olor a pipí que emanaba del excusado del vehículo. Que haya tenido que pasar por el Vietnam al que todos consideran pobre, por la China a la que todo el mundo teme, y por la Corea a la que nadie conoce, todos con unos buses de putísima madre, rápidos y limpios, donde hasta te daban una botellita de agua, y que me digan que “ESOS” son los buses en el desarrollado país de Estados Unidos, jefe del mundo durante décadas, me deja atónita. Ya me había quedado claro en Los Ángeles que en USA lo que mola es el coche, pero, digo yo, alguien habrá que no tenga, y esos, ¿cómo viajan? Y es respondiendo a esto donde se confirma doblemente nuestro error: la gente se mueve en EEUU por avión, que aparte de ser más rápido, sale hasta más barato. Ahora no es de extrañar que estemos acojonados porque Estados Unidos es básicamente una burrada de país, más grande que un demonio. Al mirar el mapa y ver que estamos en la Costa Oeste, y que tenemos que llegar hasta el Atlántico en poco más de dos semanas (para amortizar el billete) en el Greyhound, me tiemblan hasta las cremalleras de la mochila. Si se mira desde otro ángulo, lo de pasar por la América profunda, con millas y millas de campos de maíz, puede ser positivo…

Antes de empezar ese infierno autobusero, estoy disfrutando de mis últimas horas en la espléndida ciudad de San Francisco. De verdad, chapó. Definitivamente es una ciudad impresionante, con un alma especial y que vibra de forma elegante. San Francisco huele a porro de marihuana, a pastelería que acaba de sacar algo del horno y a detergente para la ropa, turnándose de vez en cuando. Combina lo fino y lo elegante, con lo moderno y trash, ya que ofrece una estampa algo extrema, por ejemplo, con la maraña de vagabundos, pobres, locos, alcohólicos y drogadictos que se pasea por las calles del centro durante la noche, calles que sólo están iluminadas por los escaparates de tiendas caras. En Los Ángeles me quedé impresionada con la cantidad de gordos que había, pero gordos con obesidad mórbida (quizás porque en Asia todo el mundo es estilizado… a lo mejor fue el contraste!), y en San Francisco me ha sorprendido la cantidad de locos que hablan solos o gente que se pasó de drogas en los 80 o 90 y están por ahí tirados.

El hostal en el que estamos es súper agradable, y estamos conociendo a gente muy maja. Hemos estado en un dormitorio mixto de 4 personas, así que hemos compartido literas con Seb y Medi, dos chicos franceses. Un sol de muchachos, así jovencitos. Me recordaban a mi hermano Popi, porque decían el mismo tipo de bromas y pavadas, así que nos hemos reído un montón y les hemos cogido cariño. Luego hay algunos españoles, muy agradables también.

En fin, que no puede parecer tan exótico como Asia, pero Norteamérica guarda secretos también, y tengo ganas de descubrirlos. Eso sí, desde ya estoy segura que dichos secretos no están en la comida: en 10 días he comido más grasa que en los 6 meses de viaje precedentes. Madre mía, espero no volver a Europa rulando!!

viernes, 6 de mayo de 2011

La Luna de… Asia


No sé muy bien por qué decidir llamar a mi blog “La Luna de Asia” hace ya tres años. Quizá porque la combinación me parecía estilosa o porque tenía una sonoridad atractiva. Pero por aquellos tiempos no tenía ni idea de que algún día iría a Asia y ni de lejos me imaginaba lo que Asia me iba a hacer sentir. Y ahora, mientras disfruto de los últimos momentos en este continente, no puedo estar más feliz de que mi subconsciente premonitorio me avisara ya por entonces de que iba a caer rendida ante Asia y toda su belleza.

Después de varios meses en Asia, para mí su nombre sigue dibujado en una caligrafía femenina y delicada, con el rabillo de la “a” que se estira hacia el borde de la página, dejando una línea de tinta fina y desenfadada. Asia es misterio, y lo guarda debajo de telas bordadas y colores vivos. Está rodeada de una niebla matinal que refresca los pulmones y te humedece la cara.

Sin duda, lo más bonito ha sido conocer los ojos de Asia. Aunque hay ciertamente miles de tipos de rasgado de ojos, no son tanto las líneas como lo que guardan en la mirada. Son trazos de acuarela, espesa en el lagrimal y acuosa a medida que se acerca a las sienes, todos diferentes, pero con un estilo común en el uso de la plumilla. El iris casi siempre oscuro oculta el saber de la antigüedad y también refleja las luces de neón de los tiempos modernos.

Las mujeres asiáticas son delicadas, como figuras con piel de porcelana, blanca o tostada, según la localización geográfica. Sus labios son del color de las fresas. Sus maneras al caminar son elegantes y silenciosas, como si quisieran pasar desapercibidas en un continente que ya de por si valora más a los hombres. Son ninfas que sonríen tímidamente y que más que andar, parece que flotaran dando diminutos pasos de muñeca.

Asia es un silencio respetuoso recubierto del ruido industrial en el camino hacia el desarrollo. Huele a metal mojado, a pescado seco y a flores recién cortadas. Su sabor va desde lo fresco de los vegetales del sudeste hasta lo aceitoso de los platos del norte, pasando por el picante rojo que pone a prueba los paladares occidentales. Es calma y agitación a la vez. Es un secreto, un enigma, y no te da el nombre exacto para poner en el remitente de la carta de amor que necesitas enviarle. Asia también puede ser cruel y despiadada, como una amante con tacones que desaparece en mitad de la noche.

Mi avión está despegando y mis pies se alejan de Asia. El pequeño porcentaje que he visitado de este continente me ha hecho darme cuenta de algunas cosas. Esos espacios blanquecinos de mi mente, que flotan anárquicos hacia todos lados y me caracterizan como una persona soñadora, ya han sido identificados. No son nubes lo que tengo en la cabeza, sino cerezos en flor, coloreados de beige y blanco rosado. La Luna no se equivocaba. Y es cierto, porque en Asia el satélite brilla de forma diferente… Infinita Asia, te me has colado dentro.

miércoles, 4 de mayo de 2011

Corea del Sur – la exquisitez de Asia


Después de la inmensa y agitada China, nuestro siguiente destino fue algo más calmado: Corea del Sur. Llegamos a su capital, Seúl, que pese a ser una ciudad enorme, parece mucho más tranquila después de haber visto monstruosidades como Shanghái o Pekín. Era el momento de descansar un poco, ya que los pasados dos meses en Vietnam y China fueron un no parar, y estábamos agotados.

Corea del Sur es el resumen perfecto de 5 meses en Asia, por tres motivos: uno, la comida es da las mejores de todo el continente y también una de las mejores del mundo entero (doy constancia de ello!); segundo, la acogida por parte de los coreanos es espectacular; y tercero, Corea tiene guardada toda la belleza de Asia, que la hace tan exótica a los ojos occidentales.

La gente en Corea te llega al corazón quieras o no. Los coreanos son educados, atentos, ordenados y minuciosos. La gente te mira por la calle, pero tienen ese toque tímido que enamora. Muy poca gente sabe chapurrear algo de inglés, pero cuando tienes un problema se esfuerzan mucho por ayudarte, incluso si es alguien con quien te acabas de cruzar por la calle.

La primera semana estuvimos en Seúl, y después bajamos al sur, a Busan, la segunda ciudad de Corea. Allí nos quedamos en casa de “Paco” (bueno, en realidad de llama Taiyoung), con el que contactamos por CouchSurfing. Paco es un chico coreano que había vivido en Barcelona durante un año como estudiante de intercambio, y hablaba español casi perfectamente. Nos enseñó la cultura coreana de una forma muy original: nos llevó a un mercado de pescado y marisco donde todo estaba vivo, es decir, veías a los peces ahí en sus peceras, y tú los elegías. Te los metían vivos en una bolsa y subías al segundo piso, donde había un restaurante, y te cocinaban lo que habías comprado y te lo servían con las bebidas. Más fresco, imposible!! Allí es donde comí pulpo vivo, ya que incluso si estaba troceado, los tentáculos se movían en el plato cuando llegó a la mesa, y ahí se estuvieron moviendo durante 30 minutos! Muy curioso, las ventosas se te pegaban a la lengua! Aunque es de las cosas más raras que he comido, la historia resultó estar bastante buena! Luego nos llevó de fiesta con un amigo suyo, y bebimos bastante cerveza con soju, el alcohol típico de Corea. Fueron un par de días geniales en casa de Paco, ya que nos trató divinamente. (Ver el vídeo de Charlie!)

Después fuimos a Gjeoungju, donde nos quedamos en un albergue súper simpático durante 4 noches. Como hacía muy mal tiempo, sólo vimos las cosas más importantes y paseamos poco por esa pequeña ciudad. Nos lo pasamos genial con la gente, y el dueño cocinó todos los días para todo el mundo, así que no pagamos casi nada en comida!

Antes de volver al Seúl, pasamos dos días en Jeonju, donde cada año hay un festival de cine internacional muy conocido. No vimos muchas películas, pero si tengo que destacar algo, es que no recomiendo nada ver la “Autobiografía de Nicolae Ceausescu”, porque es un coñazo monumental (nos quedamos sobaos en la sala de cine, qué eternidad por dios!).

Después de Jeonju volvimos a Seúl por un par de días antes de coger el vuelo a Los Ángeles. Nuestra última noche cenamos con Sebastian, un chico inglés que conocimos en el albergue de Gjeongju, y con Crystal y Farouk (una chica coreana y un chico francés de origen argelino), a los cuales conocimos en el hotel de Kuala Lumpur, que son una pareja súper maja.

Corea es uno de esos lugares perfectos para ir de vacaciones. Es un país precioso, con una cultura muy interesante. La gente es muy, muy agradable y todo es súper seguro. La violencia es muy rara y no se dan casi casos de robos o atracos. Se puede beber agua del grifo, todo está muy limpio y la comida siempre es de alta calidad. Aparte de eso, en un país muy desarrollado. Charlélie leyó que Corea del Sur es el único país que ha pasado de ser un país que recibía ayudas al desarrollo y que ahora es un país que manda esas ayudas para otros países. En cuanto a tecnología, Corea va una generación por delante de nosotros. Tiene el internet más rápido del mundo, y después de navegar por la red a la velocidad de la luz, volver a una conexión terrenal desespera muchísimo. Los coreanos están locos con los videojuegos, algo que en este país puede ser considerado un trabajo (y bien pagado!), lo cual tiene su especie de "olimpiadas" y todo. En la tele retransmiten partidas de juegos, y la gente se lo toma muy en serio. Curioso! Luego, la gente lleva unos teléfonos mega-modernos, que si conexión rapidísima, que si pantalla táctil de alta definición, así que durante todo mi viaje en Corea me ha dado vergüenza sacar mi Nokia podrido, que a duras penas está en color y que tiene una pantallita minúscula, donde las letras se ven pixeladas.

No sé si es porque hacía bastante frío o qué, pero me ha dado por llamar a Corea “la Finlandia de Asia”, porque tiene las principales características de este país nórdico, pero con mejor comida y ojitos rasgados. Los coreanos son cándidos como los finlandeses (eso no significa que sean bobos, para nada, sino que miran el mundo con los ojos muy abiertos), respetuosos e increíblemente educados. Dicen gracias haciendo una pequeña reverencia, un poco como los japoneses. Son flexibles pero al mismo tiempo son conocidos por ser bien estrictos a la hora de hacer negocios, exactamente como los finlandeses. Además, no creo que sea tanta casualidad, pero el coreano viene del idioma mongol, el cual también es la raíz del finlandés. En Corea te sientes bien, relajado, todo parece fácil. Muy parecido a como me sentí en Finlandia…

Para terminar de la mejor manera con Asia, he tenido la suerte de ver algo que ocurre durante sólo dos semanas al año: los cerezos en flor. Estos árboles son el símbolo no oficial de toda Asia, y están representados en las culturas de China, Corea y Japón. Todos tenemos en la cabeza esa imagen de una acuarela china o japonesa con flores de cerezo. Bien, puedo decir que toda Asia está pintada en acuarela. Justamente los últimos días en este continente, los cerezos estaban en flor. Es la despedida más sutil y elegante que he tenido nunca. Mil gracias…