Después de 4 días en Kuala Lumpur, decidimos ir a visitar Singapur por 3 días. Encontramos el alojamiento más barato de todo Singapur: en la casa de Ali, un chino que vive con su familia en el barrio de Little India de Singapur, y que abre su casa como albergue para viajeros, donde la cama cuesta 7€ por persona. No era ni mucho menos un cinco estrellas, pero al menos el desayuno estaba incluído, y había café y té gratis durante todo el día. Y ver cómo vive una familia china, también es una experiencia. Ali vivió durante 30 años en Holanda y volvió a Singapur a principios de los años 90, así que habla perfecto inglés y perfecto neerlandés. Además, Charlie y yo pensamos que es el primer chino con nombre de musulmán, para añadirle más “mezcluji”.
Singapur es una ciudad/país independiente de Malasia. Hace 40 años era tan pobre como Vietnam o la India, pero hoy es la 4ª ciudad financiera del planeta. Es uno de los polos económicos más importantes del mundo, una selva de rascacielos de cristal y arquitectura futurista. Singapur tiene una serie de particularidades que no se pueden encontrar en ningún otro lugar del globo, y por ello que mereció la pena visitar esta pequeña isla del Sudeste Asiático.
Con una población de poco más de 5 millones de habitantes, no en vano Singapur es conocida por la ciudad de las prohibiciones. Éstas son las más famosas:
Tirar un chicle al suelo está terminantemente prohibido (bajo multa de 250€); de hecho, en Singapur no están permitidos, así que no se venden ninguna tienda en absoluto.
Después, fumar está difícil: sólo se puede fumar en los lugares destinados para ello, en una especie de ceniceros enormes en medio de las calles, siempre lejos de cualquier restaurante, comercio o colegio. Según la ley singapurense, se puede fumar mientras se va caminando pero siempre y cuando “el humo no se acerque a la cara de otro transeúnte”. La multa por fumar en un lugar prohibido es de 2.500€. Tirar una colilla al suelo son 500 dólares singapurenses, es decir, 250€.
Escupir en la calle también tiene una multa de 250€. En general cualquier cosa que se desprenda de las manos o de la boca no está permitido.
Sentarse en el asiento del metro reservado a las embarazadas, ancianos y discapacitados sin serlo, también puede terminar en multa, incluso si en ese momento no hay ninguna persona con esas características en el vagón.
No se puede cruzar la calle por otro sitio que no sea el paso de peatones, ya que el atajo te puede salir por 250€.
Está prohibido transportar durians en el metro o el autobús. Los durians (nombre en inglés) son una fruta carnosa y amarillenta del tamaño de un balón de rugby. Son, definitivamente, la cosa más pestosa que jamás he olido: un fortísimo olor a podrido llega hasta 4 metros a la redonda con un solo durian. Los singapurenses están locos con esta fruta, y dicen de ella que “it smells like Hell, but it tastes like Heaven!” (huele al infierno pero sabe al cielo), además de llamarla “The King of the Fruits”. Bien, con todo este misterio quisimos probar esta pestilente fruta, y encima osamos a llevarla en el metro (no nos pillaron, pero íbamos acojonados!). Cuando se prueba por primera vez un durian, el olor es tan fuerte al acercarlo a la boca con el tenedor que hay que taparse la nariz. Una vez en la boca, hay que decir que el sabor cambia totalmente, porque está bastante bueno. Pero de ahí a llamarlo “el rey de las frutas”… Es demasiado! En particular porque luego te huele toda la habitación a basura putrefacta durante 8 largas horas. Es una fruta tan fuerte, que si comes demasiado te da fiebre. Y más serio todavía, es que hay bastante casos de muerte por mezclar alcohol y durians (así que no se puede beber después de haberlos comido!!). Después, la recomendación de los singapurenses es beber agua con sal para bajar la temperatura del cuerpo, y además eso hace que se te quite el olor de la boca. En fin, los durians no tienen una multa fija, pero llevarlos en el metro te puede meter en problemas. Sin embargo, los puestos de durians están en plena calle y suelen ser el puesto más repleto de gente en todos los mercados, con su consiguiente peste alrededor.
Ni que decir tiene que en Singapur, la posesión de una minúscula cantidad de droga supone el ingreso inmediato en prisión, y si dicha cantidad sobrepasa un cierto límite, supone la pena de muerte.
Como pude imaginarse, Singapur está impecablemente limpio. Es una ciudad tan aseptizada, que ni siquiera hay insectos: cada cuatro horas se fumigan las alcantarillas (con un sistema automático) que mata a todo lo que se menea. Así que en Singapur, aunque parezca un sueño, las cucarachas no existen. La comparación con la India puede visualizarse bien: a la entrada de Singapur, básicamente me quedé como cuando a un conejo le pones las luces largas. D-I-O-S. Es un mundo aparte.
Los singapurenses, como ocurre en Malasia, son una mezcla de varios colores. La población cuenta con las etnias china, india y malaya. Sin embargo, en Singapur puede apreciarse, bastante más que en Kuala Lumpur, que los chinos son los que tienen el dinero. Las lenguas oficiales son cuatro: chino mandarín, tamil, malayo e inglés. Todo está traducido a esos 4 idiomas, pero la gente por lo general sólo habla su lengua materna y el inglés. Así que, una vez más, juntos pero no revueltos. El tema de la religión parece ser que está menos acentuado que en Malasia, por lo que los conflictos entre los indios hindúes, los malayos musulmanes y los chinos budistas son mucho más suaves, y el culto es respetado. Entonces puedes encontrarte el cofrecillo rojo en la puerta de la casa de un chino, con su incienso y sus mandarinas, al lado de un templo hindú, el cual está a sólo unos metros de la mezquita. Un bonito popurrí.
La impresión después de unos días en Singapur, es que es una dictadura mega-moderna, el mayor exceso del capitalismo que jamás he visto. Por lo que yo he podido observar en esta ciudad, todo lo que “vende” está permitido. El resto está prohibido. Por ejemplo, hablar de sexo no es un problema, así que hay montones de sex-shops (el sexo vende mucho), pero no se puede criticar al sistema o preguntarse por qué las cosas son como son. De hecho, la libertad de prensa en Singapur es una de las más estrictas de Asia porque, según las palabras del propio Gobierno, “está comprobado que la economía del país y la sociedad en general funcionan mejor sin la crítica en los medios de comunicación”.
Nuestro viaje en Singapur estuvo centrado en visitar escuelas de arte y museos, un poco sin planificarlo, pero que nos ofreció la oportunidad de ver bastantes cosas. En la primera escuela que vimos conocimos a TCJ, un singapurense chino de 18 años, que por la noche nos presentó a su hermana Ericia, de 20 años, y a sus amigos Macy y Nic. Nos llevaron de fiesta a la zona más pija (y más cara, puff!) de Singapur, con montones de bares y discotecas cool. Nuestros nuevos amigos estaban super excitados con nuestra presencia, haciéndonos fotos e invitándonos todo el rato. Otro motivo por el que me quedé con la impresión de que Singapur era un puro exceso es que estos chicos no parecían tener en cuenta el gasto de dinero. La cantidad de billetes que podían soltar cada 10 minutos nos dejó flipando. Beber y salir de fiesta están totalmente permitidos en Singapur, y ellos hicieron honor a tal libertad. TCJ esperaba entrar en una de las escuelas de arte de la ciudad (todas ellas edificios espectaculares y cuyos cursos cuestan un riñón – como 5.000€ el semestre), Ericia, y Macy trabajaban, y Nic hacía el servicio militar. Lo del servicio militar es sorprendente: dura dos años y medio y es obligatorio para todos los hombres (opcional para las mujeres). Hay que empezarlo a los 18 años, y sólo puede retrasarse durante 3 años. Es decir, que si a los 21 años aún no has entrado en la Armada, vas a la fuerza. La única forma de no hacer el servicio militar es escapándose de Singapur, lo que implica no poder volver jamás a pisar el territorio. No quisimos preguntarle acerca de este tipo de cosas, para empezar porque no eran capaces de analizar el sistema en el que vivían, y segundo porque hay montones de policías vestidos de paisano por toda la ciudad. Sólo le comentamos a TCJ, en voz muy bajita, que en Holanda la marihuana era legal (se quedó alucinado perdido!). De hecho, es posible conocer a un policía, pasar un rato juntos, ir a tomarte un café, y a la mínima tontería que hagas o digas, que te saque la placa. Sorpresa. Así que decidimos seguir el ritmo de nuestros 4 amiguitos, sin muchas preguntas e intentando adaptarnos a su modo de vida. Y es que venían de un mundo diferente. Por ejemplo, cuando íbamos por la calle, TCJ me preguntó si podía caminar cogida del brazo con su hermana Ericia. La chica casi derretida de la ilusión por llevar a una occidental agarrada. Para nosotros los chinos son todos iguales, pero resulta que para los chinos, nosotros somos todos iguales también. El asunto de un chico alto y guapo y una chica morena de piel blanca les fascinó porque le recordaba a la saga “Twilight”, así que nos llaman Bella y Edward (¿?) y nos preguntaron toda la noche que cuándo nos íbamos a casar.
De verdad que eran super simpáticos, pero es que todo lo llevaron al exceso. Por ejemplo, TCJ me preguntó en qué trabajaba, así que como me considero todavía estudiante, le dije además el primer curro que me vino a la mente: mi modesta participación como locutora de radio en la Cadena Cope durante 6 meses. Y no sé si es halagador o exagerado, pero ese trabajillo evolucionó hasta ser “una importante DJ española mega-conocida”. Ya decía yo, cuando hablaban en chino y de repente las únicas palabras en inglés eran “Spanish DJ, bla, bla, Spanish DJ”; al principio creí que nos iban a llevar a una discoteca con un Disk Jockey español, pero dicha personalidad resulté ser yo!! En fin, estaban tan contentos que tampoco hice esfuerzos por evitar la imagen de celebridad que se habían hecho de mí. Era impresionante la forma en la que veían el mundo exterior y la cantidad de estereotipos que podían tener. Por ejemplo, nos preguntaron sobre nuestro viaje en la India, y nos dijeron que si era verdad que en la India no se podía comer, porque todo estaba contaminado. O que si los indios te robaban o secuestraban a niñas para venderlas. O que si te pones enfermo, puedes morir por las infecciones en los hospitales. Puede ser que haya ocurrido, pero tampoco es la norma!
Singapur me recordó muchísimo al libro de Aldous Huxley, “Un Mundo Feliz”. El exquisito orden de la sociedad, los estatus sociales, el tráfico ordenado, el pánico a las enfermedades que existen fuera… El consumismo excesivo podría ser la “soma” de Singapur, y yo la Salvaje que hablaba con frases de Shakespeare, a la que le gusta un poquito más de anarquía y libertad de la palabra.