Esta mañana, leyendo el periódico mientras esperaba el bus eléctrico que me lleva al trabajo, una noticia me ha parecido curiosa. Y me ha hecho pensar cuánto hemos avanzado desde que usábamos cosas como Facebook o Tuenti, aquello que fue pionero en crear redes sociales electrónicas. Qué simple. Hay algunos que lo siguen comentando, como los nostálgicos que a principios de siglo recordaban los años setenta del siglo pasado.
En el más allá consiguieron informatizarse de la misma manera, con un comienzo simple al igual de lo que fue en la vida terrenal. “Heavenhood” llevó su ambición al límite y ahora los vivos y los muertos pueden seguir en contacto. Puedes mandar un zumbido a tu tío fallecido hace cuatro años, y allá los muertos crean álbumes de fotos con títulos como “aquellos maravillosos años” o eventos tipo “fiesta de despedida de Ramón (al granujilla se lo llevan al infierno)”. Menudas fiestas se montan. Las abuelas muertas siguen piropeando a sus nietos y se quejan de los escotes que sus nietas llevan en las fotos de las fiestas del pueblo.
Pues bien, lo que empezó siendo una agradable manera de superar la pérdida de un ser querido ahora se está yendo de madre. Resulta que Estados Unidos acaba de aprobar una ley que permite a las autoridades acceder a conversaciones y mensajes enviados entre vivos y muertos sin necesidad de orden judicial. Todo esto, por supuesto, abogando por la seguridad nacional y para detectar cualquier amenaza externa. Aquel revuelo producido en este país hace 50 años, cuando la ley permitió espiar las conversaciones telefónicas de todos los ciudadanos estadounidenses con total libertad, se queda pequeño al lado de esto.
Hay cosas que no cambian, ni siquiera en 2056...
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