La encontré en el suelo revoloteando, cerca de la Plaza Juan XXIII. Tenía las plumas destrozadas y no podía mantenerse sobre sus propias patitas. Estaba muy delgada y casi moribunda. La recogí a las tres de la tarde, y como hacía tanto calor me senté con ella en un portal cualquiera, y ambas bebimos agua fresquita. A los tres días ya se mantenía en mi dedo, piaba y comía como una campeona. Cada vez que entramos en casa la pregunta es "¿Cómo está el pollo?". ¡Es una reina! Pronto dejará de ser un pollo y, como otros pollos recogidos anteriormente, se hará mayor y tendrá que irse. Como su pajarita predecesora Chipi, que salió milagrosamente de una muerte segura: las últimas noticias que tuvimos de ella fue que se casó y tuvo hijos, se compró su nido y hoy vuela feliz y libre.
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