jueves, 21 de agosto de 2008

Ciclista Profesional


A mis 22 primaveras ya puedo poner libremente aquel ejemplo de "Eso es como montar en bicicleta; nunca se olvida", aunque personalmente ni siquiera he tenido tiempo para que se me olvide. Hoy hace una semana que aprendí, tachando una cosa más en mi lista de "cosas pendientes".
Qué duro fué. Creí que no podría durante los 15 primeros minutos encima de la bicicleta. Aparte del miedo terrible me sentía un pato ridículo. Venga, vamos, poquito a poco. ¡Y ya me ví pedaleando sin tu ayuda! Sin tu mano en mi espalda, y tú agotado corriendo a mi lado. Ayer ya me consolidé como ciclista profesional, fuí a parar al suelo y ahora contemplo mi herida de guerra, mi herida de la victoria. ¡Volvimos a casa pedaleando pese a ello!
Cumpliste tu promesa. Gracias, ¡mil millones de gracias! De aquí al Tour de Francia, pero hablando francés perfectamente...

domingo, 10 de agosto de 2008

Lunes, Martes, Miércoles, Jueves, Viernes, Sábado, Domingo, Domingo, Domingo

Voto porque se elimine de la semana. Todas las buenas ideas, los sueños, las fantasías, las cosas interesantes, se pierden el Domingo. Éste día se todo se muere. Cartagena está muerta. Bien de resaca, bien por aburrimiento. Puede que yo sea la única persona que no descanse en el último día de la semana. Estoy en tensión, deseando que se pase lo antes posible; con ansiedad por acordarme de los planes cojonudos que pensé el segundo antes de dormirme el Sábado por la noche. Además, es un día larguísimo, y sin embargo no me acuerdo de algo genial que haya ocurrido en Domingo. Es el día de la limpieza general, de cambiar las sábanas, de ver una película mala en la tele y de dar un paseo y no ver un alma por la calle. Y de recordar los errores de la semana...
En 3 horas se acaba y llega el Lunes, ¡por fin! Seis días de tranquilidad, estudio, creatividad, lectura, aventura, vagancia... Y descanso.

martes, 5 de agosto de 2008

"Perdices sosas"

Yo estuve casada. Duró poco tiempo.

Empezó como la mayoría de los matrimonios: con ilusión, planeando viajes, viendo conciertos. Con mensajitos inesperados al móvil. Con ganas de sexo. Acomodando el día para pasar más tiempo juntos. Contando secretos.

Y como todo, la cosa empezó a cambiar gradualmente, casi imperceptiblemente. Un coito y dos salidas a cenar por semana. Dormir evitando rozarnos por el calor del mes de julio. Largos silencios, en los que sólo se escuchaban nuestras barrigas haciendo la digestión. Mientras, viendo la tele, leves caricias inconscientes a lo largo del brazo, un brazo sin principio ni fin.

La noche de nuestras bodas de oro, vimos una película después de cenar. Cuando terminó, nos recostamos en el sofá, con las piernas apoyadas al lado de la cabeza del otro. No cabíamos bien, y antes de poder caerme salí a nuestro amplio balcón, que daba a la piscina comunitaria de la zona residencial a las afueras de la ciudad en la que vivíamos. Me fumé un cigarro con las piernas subidas en una de las sillas de paja y cojín blanco de nuestra terraza. Mi marido no citó lo gracioso que era que yo moviera los dedos de mi pie derecho involuntariamente. Ya estaba bien dormido. Desde el sofá sólo podía ver mis pies.

Me senté en todas las butacas y sillas del salón para observarle dormir desde todas las perspectivas, sin hacer el menor ruido. Le besé en la comisura del labio, vacié el cenicero, y me fui.

No le he vuelto a ver.